por Jorge Glusberg
Ana Fuchs (n.1957) ha dado dos definiciones que deben ser tomadas en cuenta para entender sus pinturas. Una de ellas ”...más allá de la abstracción o la figuración, lo que intento es atrapar la realidad con la pintura. A veces me parece que lo que hago va delante de mí”.
La segunda “...la vida es un estímulo para pintar. No sé que empieza primero, si lo que pinto o lo que vivo. Pero, eso sí, creo en el perfecto silencio del color”. Estos conceptos se transforman en obras, en obras de encubierta originalidad. Fue Klee quien, hacia 1915, en plena guerra europea, sostuvo la hipótesis de que cuanto más terrorífico es el mundo más abstracto es el arte. “Un mundo feliz suscitaría un arte inmanente”, señalaba.
Un arte, por lo tanto, feliz.
Los cuadros de Ana Fuchs son, con términos habituales, abstractos, aún cuando en todos ellos se advierta una tendencia figurativa, no en el sentido de la expresión tradicional de los objetos, sino en cuanto al diseño de formas que suponen un grado de representación. Sin embargo, sus imágenes no emanan de una directa equivalencia mundo terrorífico-arte abstracto, que observaba Klee en la Europa ensangrentada.
Sí, en cambio, tienen que ver con otra afirmación de Klee, escrita en 1920: “El arte no restituye lo visible: hace visible. Todo cuanto ocurre son símbolos. Y todo cuanto vemos es proposición, posibilidad, expediente.
La verdad auténtica, en su base, es invisible”.
Es esa realidad la que, como ella dice, quiere atrapar con su pintura. Atrapar es cazar con una trampa, y esa trampa en su acepción literal, que no es la del subterfugio o el engaño- es la que la pintura tiende al artista, y la que tiende la artista a la realidad, a la realidad invisible que mencionaba Klee. No se trata de una realidad que conocemos sino, en rigor, de una realidad última desprendida de aquella realidad primera. Los místicos la buscaron con su poesía hace siglos, precisamente por entender que era una meta-realidad.
Por eso Ana Fuchs indica que tiene a veces la impresión de que cuando pinta va delante de ella. Estamos aquí junto a la idea de la profecía: en griego, prophémi (profeta) es quien habla hacia delante, o sea, sobre lo porvenir. Pero los profetas, en la tradición hebrea, no avizoraban el futuro, no eran augures: su cometido era el de difundir la ley.
Así, podríamos decir que esa pintura que va delante de Ana Fuchs traduce su pensamiento, es como la ley que los profetas reseñaban.
Es su ley, el fruto de su visión de la realidad última. Aquí también estamos ante la disyuntiva que planteaba la artista: saber si pinta lo que vive, o si vive aquello que pinta. Es una disyuntiva natural; más aún, ni siquiera es una disyuntiva: se trata, más bien, de una simbiosis, de una amalgama, ya que para ella la pintura es vida y la vida es pintura.
La realidad que persigue con sus formas abstracto-figurativas, con sus yuxtaposiciones de color, sus velamientos, sus súbitas pinceladas, sus puntos efímeros, componentes de una brusca y rotunda expresividad, surge de ese diálogo que ella ha señalado entre vida y pintura, de esa conformación de iguales, nunca opuestos.
Es su vida la que está entregando los mensajes de la realidad, y es la pintura la que los expide, la que termina de hacer visible lo que la vida puso (la cita es de una verso de Antonio Machado), que tampoco creía en las apariencias de la realidad y, menos aún, que fuese necesario salvarlas sino transgredirlas. De este modo llegamos al perfecto silencio del color, definición que resume todas las vertientes de la pintura de Ana Fuchs.