En las delicadas obras de Ana interviene el azar pero en su conclusión no devienen en imágenes de apariencia azarosa. En ellas no reproduce lo visible; remite a la sensualidad y no a la legibilidad. Su relación con la abstracción sin embargo se manifiesta dudosa; "aparecen" cosas o asoman paisajes que parecen estar; si se fija la mirada desaparecen en un continuo devenir que vuelve muy atractiva su producción. No es posible hallar elementos disonantes pero sí notas de intensidad, en conjuntos que se regodean en la serena belleza del equilibrio. Por otro lado los trabajos transmiten una presencia armoniosa y tranquilizadora que tampoco resulta identificable. ¿Qué es lo que transmite esa invitación a detenerse? Tal vez la cuidadosa elección del color, el rastro sutil del gesto de la artista que deja su rasgo en las líneas, el trazo sensible del dibujo, la arbitrariedad de los signos entre el estudio detenido y la variación que tienen la apariencia de lo inmediato, sin un orden aparente, aunque luego en su perfeccionismo evidencian entramados y secuencias fantasiosas de compleja elaboración.

Como ella manifiesta, la pintura comienza desde la preparación de la tela, el soporte es protagónico. La tonalidad de la base y la textura desencadenan la imagen y muchas veces definen el clima. Pero luego, se inicia su intervención. En algunas de sus obras se encuentran pequeños torbellinos en un torbellino, cuadrículas que devienen en otras, colores que se intensifican o que se funden en otros, parece ser un territorio de movimiento constante. En búsqueda que tiene mucho de investigación, en las posibilidades infinitas en las combinaciones y exaltación del color; en mezclas que no se distribuyen como fondo y forma sino como distintas fuerzas que se interrelacionan y se potencian.

Fuchs logró con el tiempo un manejo certero en la presentación de sus telas, ha ido ajustando su oficio y también su poética. Sus obras conllevan una seducción enigmática que deja en manifiesto un carácter totalmente personal.

Patricia Rizzo